Que no se oxide tu armadura
Imaginen por un momento que están por presenciar una serie de eventos al aire libre en la era medieval: justas, luchas, arquería… Invitados de todos los reinos se presentan para disfrutar de la jornada; reyes, príncipes, personajes ilustres, juglares; los mejores luchadores de cada familia de renombre para representarlos en los distintos juegos. La ciudad preparada para la ocasión. Banderines desplegados, banquetes preparados. Todo listo para comenzar la fiesta.
Pero, de repente, aparece un paje gritando: - “¡¡¡Alerta, alerta, se aproxima una tormenta; se suspende por aviso meteorológico!!!".
Al parecer, no sucedía de este modo. Quizás éstas podrían ser algunas de las líneas del guión de una serie como Game Of Thrones o The Witcher. Sin embargo, los pronósticos meteorológicos en aquellos años eran más habituales de los que nos contaron.
Un reciente artículo de la historiadora Anne Lawrence-Mathers de la Universidad de Reading, relata parte de su investigación respecto al pronóstico del tiempo en la era medieval. El mismo es un pequeño resumen de su libro “Medieval Meteorology”, en el cual se demuestra que los astrónomos/astrólogos medievales ya producían pronósticos utilizando tanto observaciones detalladas del tiempo real como complejos cálculos astronómicos y matemáticos. La autora destaca que estos métodos se tomaban de forma seria y no como una pseudociencia, abarcando el período contemplado entre el siglo IX hasta el XVIII. Es decir, casi nueve siglos para nada calmos en cuanto al despertar de la ciencia meteorológica.
Las bases de Ptolomeo
Según cuenta Anne, la base principal de aquellos pronósticos se apoyaban en la astronomía clásica y la afectación de las fuerzas de los cuerpos celestes sobre la Tierra y sus habitantes. Uno de los pioneros fue Ptolomeo de Alejandría (100- 170 D.C.), quien a través de sus tratados “Almagesto” y “Tetrabiblos” proporcionó los medios para calcular las posiciones planetarias y las directrices para interpretar estos datos. Ptolomeo sistematizó y explicó que el primer paso para hacer un pronóstico era calcular las posiciones de todos los cuerpos celestes significativos, en la fecha elegida, en relación con la eclíptica (la trayectoria aparente del Sol alrededor de los cielos) y con el cinturón del zodíaco. Este último estaba dividido en doce sectores iguales (las 'casas' o 'signos'), cada uno con características propias, actuando sobre cualquier planeta que pasara por ellas.
Los planetas emitían “rayos imperceptibles” para los sentidos humanos, que podían llegar a la Tierra. Los rayos portaban los poderes del planeta emisor; por ejemplo, la influencia de Saturno se clasificó como marcadamente seca y fría, asociándolo con el elemento frío y seco de la tierra; Mercurio, pequeño, de rápido movimiento y generalmente cercano tanto a Venus como a la Luna, estaba asociado con el elemento cálido y húmedo del aire. Las relaciones entre las características propias de cada planeta con su ubicación en el cielo, aportaría cambios en la atmósfera terrestre.
Los astrónomos islámicos
Los cálculos de las posiciones planetarias mejoraron notablemente con la introducción del conocimiento de los astrónomos islámicos, quienes habían construido modelos y tablas precisas y actualizadas de las estructuras y movimientos celestes, basándose en los avances en matemáticas y en la fabricación de herramientas e instrumentos científicos. Los mismos fueron reconocidos en Europa latina a partir del siglo XI, provocando que los trabajos sobre astrometeorología comenzaron a ocupar un lugar de importancia en la sociedad de aquel entonces.
Uno de los científicos islámicos más influyentes en la Europa cristiana, fue al-Kindi (801-873 D.C.). En su método de pronóstico, el primer paso, como de costumbre, era el cálculo de las posiciones y direcciones planetarias relevantes. La Luna tenía un poder particular sobre el elemento Tierra, así como sobre el agua, y sería modulada por su posición en relación con el Sol. al-Kindi identificó combinaciones específicas de los planetas y sus movimientos entre sí, especialmente aquellos propensos a causar lluvia. Por esa razón, sus tratados sobre pronóstico del tiempo se conocían con frecuencia como los "libros de lluvia".
Astrología, no. Astrometeorología, sí.
El interés por los tratados latinos sobre astrometeorología siguió creciendo durante el siglo XIII, y no se vio amenazado por la religión, como si lo fue la astrología, tratada como una práctica fraudulenta, herética y peligrosa. Un respaldo importante provino del gran teólogo del siglo XIII, Santo Tomás de Aquino (1225- 1274) con su tratado “Summa Theologiae”, donde describió el poder de las estrellas sobre las cosas terrenales. Fue claro en que el pronóstico del tiempo basado en las estrellas era una aplicación del conocimiento extraído de la observación y la experiencia, y por lo tanto no tiene nada de demoníaco o adivinatorio. También se destaca el “Speculum Astronomiae” (Espejo de la astronomía), escrito en 1260 por el obispo Alberto Magno (1200- 1280), libro que fue muy importante para los estudiantes franceses.
Almanaques y pronósticos por encargo
La llegada de la imprenta al norte de Europa en el siglo XV hizo posible que los pronósticos meteorológicos a largo plazo, combinados con calendarios y predicciones de tendencias en salud y política, se publicaran en forma de almanaques anuales. Los almanaques eran encargados por los ricos y poderosos a científicos de renombre y titulares de cátedras universitarias en astronomía, pagando por sus predicciones y pronósticos.
Los siglos XIII y XIV fueron significativos para las universidades de toda Europa, y tanto la astronomía como la astrología eran materias importantes en las mismas. La meteorología era una parte integral de ambas áreas temáticas.
Los pronósticos y predicciones hechos para gobernantes poderosos serían de carácter privado; pero a los titulares de las cátedras universitarias a menudo se les pedía que proporcionaran un pronóstico público. Esta información era dada tanto a los miembros de la universidad como a los mecenas en forma de "pronósticos anuales".
El astrónomo Regiomontanus (1436-76), escribió dos libros llamados “Calendario” y “Efemérides” que estuvieron disponibles en forma impresa desde 1476. Estos grandes volúmenes no solo proporcionaron datos planetarios completos, sino también pautas para su interpretación, y una tabla de ajustes que se aplicaría para adaptar las coordenadas de cualquier ciudad importante o región en Europa.
La gran demanda de las obras de Regiomontanus hizo que rápidamente aparecieran múltiples versiones impresas. Fue aclamado como el mejor astrólogo de su época, por lo que fue empleado tanto por el cardenal Bessarion como por el rey Matthias Corvinus de Hungría, mientras que Cristóbal Colón utilizó este trabajo para calcular las fechas de las posibles tormentas en sus famosos viajes.
Predicciones y observaciones
Esta tendencia se vio incrementada en varios centros a partir de mediados del siglo XIV. Un destacado en el Merton College, Oxford, fue John de Eschenden. John creó un gran tratado sobre titulado “Summa” y alcanzó la fama por haber predicho la Peste Negra de 1348/9, y sus previsiones meteorológicas para 1368-1374, poniendo énfasis en las principales conjunciones planetarias de 1365 y 1369. Estas sugerían un período de fuertes lluvias e inundaciones seguido de tres años de sequía. Por lo tanto, era de esperar malas cosechas y escasez de alimentos.
Tratados como el de William Reed (obispo de Chichester, 1369-85), contenían un conjunto de "Reglas para el pronóstico del tiempo, del maestro William de Merle", que iban acompañados de observaciones meteorológicas detalladas para el período 1337-44. Aquí es donde comienzan a especificar las correlaciones entre los factores astrometeorológicos con las observaciones reales, con el fin de establecer los factores más significativos resultantes para mejorar los pronósticos.
En el siglo XVI llegó la producción de tratados que permitieron a los científicos aficionados realizar sus propios pronósticos, así como la publicación de un número cada vez mayor de almanaques y pronósticos anuales. Estos se publicaron en el idioma local de cada ciudad, en lugar del latín de las obras más teóricas.
El apoyo de Brahe y Kepler
El trabajo de los renombrados astrónomos proporciona más evidencia del valor continuo que se le da a la astrometeorología. Tycho Brahe (1546-1601) dio sus propias observaciones y cálculos sobre meteorología y apoyó la publicación de pronósticos meteorológicos diarios, argumentando que llevar registros meteorológicos fortalecería la práctica astrometeorológica. El alumno de Brahe, Johannes Kepler (1571-1630), siguió este consejo e hizo registros meteorológicos diarios. Sus Efemérides y calendarios publicados incluían tanto observaciones meteorológicas como pronósticos. Al igual que otros practicantes antes que él, identificó los factores que creía que eran los más importantes a la hora de realizar un pronóstico meteorológico, los cuales, en su caso, eran los aspectos planetarios.
Como se puede apreciar, el apoyo tan notable a la meteorología “medieval" por parte de tales astrónomos, hace que la opinión de que la astrometeorología sea resultado de la superstición y la ignorancia, sea imposible de sostener.
De este modo, Anne Lawrence-Mathers nos evidencia que las raíces del pronóstico del tiempo, como actualmente lo conocemos, son mucho más profundas de lo que generalmente la ciencia oficial reconoce.
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