Guovssahas: El sonido de las Auroras Boreales
“Ya hemos visto que el globo terrestre es un inmenso depósito de este sutil fluido que existe en todos los mundos de nuestro sistema y cuyo foco reside en el Sol mismo. La electricidad, lo mismo que la atracción, que la luz y que el calor, es una fuerza general de su naturaleza. Sus palpitaciones conservan la vida de los mundos; y en nuestro mismo planeta, sus corrientes circulan del ecuador a los polos y de los polos al ecuador. […] La aurora boreal es un desprendimiento en gran escala de la electricidad atmosférica. […] Tan pronto la mirada absorta apenas puede sorprender rápidas ondulaciones blancas y sonrosadas, que recorren el cielo semejantes a un estremecimiento, como admirar un tapiz de moaré de oro y de púrpura que parece caer de las celestes alturas, ora aparece una rociada de fuego acompañada de un rumor extraño, y ora numerosos haces de zonas inflamadas se lanzan desde el Norte en las diferentes direcciones del compás. […] La Tierra entera asiste a él, o por mejor decir, es espectadora y actora a la vez.”
Así nos introduce Camille Flammarion a su capítulo dedicado a describir el fantástico fenómeno llamado Aurora Polar, tan nombrado actualmente debido a la gran tormenta geomagnética ocurrida en las últimas semanas.
“Aurora” en homenaje a la diosa romana del amanecer y “Boreal” por Bóreas, nombre griego para el viento invernal que proviene del norte. De aquí se desprende que las auroras producidas en el hemisferio sur lleven el sufijo “Austral”. Este término aparentemente fue usado por primera vez en 1621 por el científico y filósofo francés Pierre Gassendi, pero otras fuentes relatan que fue introducido por Galileo Galilei en 1619.
Pero las auroras reciben muchos nombres alrededor del globo. Hay que tener en cuenta que este fenómeno se viene observando hace más de 3000 años. Tal es así que el primer texto donde se las describen data del 977 A.C. asociado a la cultura China. Para este pueblo y algunos vecinos de Rusia, las auroras se asocian a la presencia de un dragón verde azulado que aparece surcando los cielos, augurando buenas noticias, además de traer fertilidad y de avisar el nacimiento de niños.
Según la mitología nórdica, las auroras eran los reflejos producidos por las armaduras de las Valkirias, quienes se encargaban de guiar a las almas de los guerreros caídos en combate hacia el Valhalla. En Finlandia, se conocen a las luces del norte como Revontulet, cuya traducción sería algo así como “el fuego del zorro”: al rozar con su cola las montañas nevadas, va generando chispas que se elevan hacia el cielo, inundándolo de luces. En Groenlandia, algunos pueblos de Canadá y Alaska, las auroras son los espíritus de aquellos familiares y animales queridos que murieron y que ahora danzan en el cielo para ser recordados.
Sin embargo, el nombre y la interpretación que más llama mi atención es la de los Sami (pueblos lapones o Saami), un grupo étnico que habita en Laponia, región que se extiende por el norte de Noruega, Suecia, Finlandia y la península de Kola, al noroeste de Rusia. Ellos la denominan Guovssahas, que significa "la luz que puede ser oída".
Si pensamos en un fenómeno meteorológico eléctrico que puede ser oído, recordamos el rayo y su estruendo asociado, el trueno. Pero ¿Cómo sería escuchar una cortina de luces danzantes en el escenario nocturno celestial?
Resulta curioso saber que esta pregunta relacionada al “ruido” de las auroras fue objeto de debate en la naciente “comunidad científica” a principios del siglo XX. Algunos testigos comentaron que se podían escuchar sonidos similares a un crujido o silbido silencioso durante estas manifestaciones. Sin embargo, eminentes físicos y meteorólogos descartaron dichos relatos, explicándolos como “ilusiones auditivas”. Por ejemplo, Sir Oliver Lodge, físico británico, comentó que el sonido era un “fenómeno psicológico debido a la viveza de la apariencia de la aurora”, así como “los meteoritos a veces evocan un silbido en el cerebro”. Por su parte, George Clark Simpson, meteorólogo, explicó que “las auroras bajas probablemente eran una ilusión óptica causada por la interferencia de nubes a poca altura”.
El dilema parece haberse resuelto recién en el año 2016, cuando una investigación de origen finlandés confirmó que la aurora boreal realmente produce un sonido audible para el oído humano. Una grabación realizada por uno de los investigadores involucrados en el estudio afirmó, incluso, haber capturado el sonido de las cautivadoras luces a 70 metros sobre el nivel del suelo.
Una posible hipótesis de su origen se detalla en el artículo de la revista "The conversation" , dónde se sostiene que la generación del mismo podría deberse a cambios en la electrificación de la atmósfera, debido a la alteración del campo magnético de la Tierra a raíz del movimiento de la Aurora Boreal. La electrificación produce un sonido crepitante mucho más cerca de la superficie de la Tierra cuando choca con objetos en el suelo, muy parecido al sonido de la estática. Esto podría ocurrir en la ropa, en los anteojos del observador, o posiblemente en objetos circundantes, como en los árboles o revestimientos de edificios.
Si bien ésta es la teoría más aceptada hasta ahora, aún quedan muchas dudas sobre el mecanismo exacto que ocasiona mencionado sonido.
Los Sami nunca dudaron de que la luz puede ser oída.
Quizás, en la poesía de la noche boreal, se escuchan muchas más certezas que en las lecturas de revistas académicas.
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