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La Atmósfera, la soberana de todas las cosas

Paula

Actualizado: 6 dic 2024

23 de marzo- Día Meteorológico Mundial



Cada 23 de marzo de celebra el Día Meteorológico Mundial.

La razón es que se conmemora la entrada en vigencia del nuevo convenio por el cual se crea la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en 1950, sucesora de La Organización Meteorológica Internacional (OMI), creada esta última en 1873.


Por aquellos años, el astrónomo francés Camille Flammarion (1842-1925) ya comentaba en su libro “La Atmósfera” de 1871, que “La Meteorología constituye una ciencia nueva, muy considerable e importante ya, a la cual los gobiernos de todos los países consagran cada año presupuestos cuyo conjunto se eleva a muchos millones”.


Sin embargo, para que este conjunto de conocimientos haya podido a comenzar a organizarse como ciencia a principios de siglo, hay que agradecer a todos los años previos de constante curiosidad y observación por parte de nuestros ancestros, mucho antes de Aristóteles inclusive, quienes buscaron entender qué es lo que sucedía en el cielo, entre el suelo y las estrellas; quienes buscaron dar explicaciones de los fenómenos que veían; quiénes aprendieron a predecir las lluvias, el frío, las tormentas y los días soleados.


Es así que en este día , les comparto parte del contenido del libro de Camille, y su perspectiva de la importancia de la Atmósfera para todos los habitantes de la tierra; visión que comparto absolutamente y que espero, algún día, muchos puedan abrazar también.


Feliz día


 

"La Atmósfera". Camille Flammarion. Versión en castellano. 1902. PH: @the.alpenglow

"Por lo general, nadie se ocupa mucho del valor ni de la importancia de la cubierta atmosférica; y sin embargo, ella es la que nos hace vivir; por ella respira la Tierra entera; y las plantas, los animales, los hombres sacan de ella su primera condición de existencia. La organización terrestre está construida de tal modo, que la Atmósfera es la soberana de todas las cosas, y que el sabio puede decir de ella lo que el teólogo decía de Dios mismo: “En ella vivimos, nos movemos y estamos”. Condición suprema de las existencias terrestres, no tan solo constituye la fuerza virtual de la Tierra, sino también su ornamento y su perfume. Enlazando como una caricia eterna, con infaltable afecto, a nuestro errante planeta, conduce suavemente la Tierra a las heladas llanuras del cielo, abrigándola con una solicitud incesante y amenizando su viaje solitario con las dulces sonrisas de la luz y con los variados caprichos de los meteoros. Su objeto no se concreta únicamente, como lo veremos más adelante, a nutrir todos los pechos y vivificar todos los corazones, sino que su acción más general consiste en conservar precisamente en la superficie terrestre el tibio calor procedente del remoto Sol, en velar porque nunca se extinga, y en proporcionar a nuestro planeta el grado normal de vida que le corresponde: función que se manifiesta en las corrientes regulares, en los vientos, lluvias, tormentas y tempestades. Comúnmente oculta tan infatigable trabajo entre un aspecto risueño y una coquetería que no dejan traslucir toda la extensión de su poder. Aquí, las maravillas ópticas descubren los preparativos de vapor de agua; más lejos, la tierra palpita bajo la imponente irradiación de las auroras boreales, o bien el cielo resplandece con iluminaciones meteóricas; descollando sobre todos estos primores la indescriptible transparencia de una noche hermosa y estrellada. Si alguna ley suprema nos privara un día de nuestra dulce Atmósfera, la Tierra rodaría muy pronto, helada, por los desiertos de la inmensidad llevando consigo únicamente cadáveres inmóviles y paisajes mudos; sería un sepulcro inmenso cayendo silenciosamente en el lúgubre espacio.


El aire es el primer vínculo de las sociedades. Si la Atmósfera se disipara en el espacio, reinaría un silencio eterno sobre una mansión de inalterable inmovilidad: tal sería la suerte de la superficie terrestre engalanada hoy con la exuberante actividad de la vida. Y sin embargo, en nuestro olvido de la naturaleza, no paramos mientes en ello, cuando el aire es el gran médium del sonido, el centro fluídico por donde viajan nuestras palabras, el vehículo del lenguaje, de las ideas, de las relaciones sociales. ¿Qué sería del mundo sin palabra?


"La Atmósfera". Camille Flammarion. Versión en castellano. 1902. PH: @the.alpenglow

También es el primer elemento del tejido de nuestro cuerpo, porque no somos más que aire organizado. La respiración nos suministra las tres cuartas partes de nuestra alimentación; la otra cuarta parte la sacamos de los alimentos, sólidos o líquidos, en los cuales dominan también el oxígeno, el vapor de agua, el nitrógeno y el ácido carbónico. Además, una molécula que, incorporada hoy a nuestro organismo, se escapa por la espiración, por la transpiración, etc., pasa a pertenecer a la Atmósfera durante más o menos tiempo, para incorporarse de nuevo a otro organismo, planta, animal u hombre. Los átomos que constituyen hoy vuestro cuerpo, lector o lectora que recorréis con la vista ésta página, no formaban ayer parte integrante de vuestra persona, y ninguno de ellos la formaba hace algunos meses. ¿Dónde estaban? En el aire o en cualquier otro cuerpo. Todos los átomos que componen ahora vuestros tejidos orgánicos, vuestros pulmones, vuestros ojos, vuestro cerebro, vuestras piernas, etc. han servido ya para formar otros tejidos orgánicos. [… ] Vehículo incesantemente renovado de las emigraciones de los átomos terrestres, el aire establece de este modo una fraternidad universal e indisoluble entre todos los los hombres, entre todos los seres.


Metamorfosis continua de los seres y de las cosas, opérase un cambio incesante entre los productores de la naturaleza y las ondas movibles de la Atmósfera, en virtud del cual los gases del aire se fijan en el animal, en la planta o en la piedra, al paso que los elementos primitivos, incorporados momentáneamente a un organismo o a las capas terrestres, se desprenden y recomponen el fluido aéreo. Así pues cada átomo de aire pasa eternamente de vida en vida y se escapa de muerte en muerte; y ora viento, ora ola, tierra animal o flor, se adhiere sucesivamente a la substancia de los innumerables organismos. Manantial inextinguible del cual recibe su aliento todo cuanto vive, es el aire también un inmenso receptáculo donde todo lo que muere deposita su hálito postrero; merced a su absorción, nacen vegetales, animales y diversos organismos, y luego se pierden. Así la vida como la muerte residen en el aire que respiramos, y se suceden una a otra perpetuamente en virtud del cambio de las moléculas gaseosas; el átomo de oxígeno que se escapa de la añosa encina vuela a depositarse en los pulmones del niño en la cuna; los últimos suspiros de un moribundo van a tejer la brillante corola de la flor, o a difundirse como una sonrisa sobre la verde pradera. La brisa que acaricia con suave halago los tallos de las hierbas concluye por transformarse en tempestad, arrancando de raíz los troncos seculares y haciendo zozobrar los buques; y de este modo, y en virtud de un encadenamiento infinito de muertes parciales, la Atmósfera alimenta incesantemente la vida universal desplegada en la superficie de la Tierra.



 

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