La costumbre de tapar los espejos en días de tormenta
Recientemente una fiel lectora del blog me comenta que “cada vez que había una tormenta, las abuelas salían corriendo a tapar los espejos, sobre todo los más viejos. Eso era porque los espíritus atraían a los rayos y hacían que se quemen los ranchos”.
Sinceramente, nunca había llegado a mis oídos alguna anécdota o información respecto a esta costumbre, hasta ahora. Por lo que comencé una investigación exhaustiva por la red y los libros respecto al tema en cuestión, para tratar de encontrar alguna explicación a dicho fenómeno.
Para mi sorpresa, encontré todo tipo de relatos y anécdotas de los más variados países y con las más diversas explicaciones. Foros con discusiones acaloradas, entre declaraciones racionales e interpretaciones espirituales; un mundo en sí mismo provocado por las tormentas eléctricas y los espejos.
Todo parece haber comenzado gracias al polímata Benjamin Franklin (1706- 1790), gran estudioso de los fenómenos eléctricos, quien habría recomendado en alguno de sus libros la “necesidad de alejarse de los espejos en los días de tormenta eléctrica”. Para la época ya tenían documentados varios casos de rayos que habrían impactado en espejos dentro de las habitaciones de los hogares, generando quemaduras en las personas cercanas al objeto o quemando toda la vivienda. No pude acceder a los libros de Benjamin ni a la documentación citada, pero sí han sido varias las fuentes consultadas donde se relatan estos episodios.
En condiciones normales, en la atmósfera existe un equilibrio entre las cargas positivas y negativas. Cuando comienza a gestarse la nube característica de tormenta, el cumulusnimbus, se produce una diferencia de cargas entre la nube, el aire circundante y la tierra. Según se conoce hasta el momento y explicado de una forma muy simple, la parte de abajo (base) de estas nubes quedan con una carga negativa, mientras que en la superficie terrestre y en los elementos situados sobre ella, quedan con una carga positiva. En la búsqueda del equilibrio es cuando se produce el destello lumínico que se conoce como rayo.
Los espejos contienen una delgada película de plata metálica o polvo de aluminio, antiguamente conformada por mercurio y estaño. Todas estas sustancias son muy buenas conductoras de la electricidad. Si un rayo llega a impactar un objeto de este estilo, la corriente eléctrica atraviesa el material por el que está compuesto y lo calienta a muy alta temperatura. Esta gran diferencia de calor rompe el vidrio del espejo en miles de pedazos, esparciéndolos en todas las direcciones. Por esta razón, vendría la costumbre de cubrir estos objetos con paños o telas gruesas previo a una tormenta eléctrica, evitando que los fragmentos de vidrio puedan impactar en alguna persona. La costumbre parece haber quedado arraigada en zonas descampadas, ya que en las ciudades, la instalación de pararrayos y la construcción de edificios de gran altura hacen que los rayos los encuentren en primera instancia al estar más cerca a la base de las nubes.
Ahora bien: ¿Cómo hace un rayo para poder entrar a una casa, traspasar habitaciones, paredes, ventanas y todo lo que encuentre a su paso, hasta llegar a un espejo?
Si un rayo llega a impactar sobre una casa, el camino que hace el mismo para encontrar tierra es de lo más variado: puede bajar por las chimeneas, por el cable de las antenas de televisión y, al encontrarse con la plata del espejo, puede producir los daños mencionados.
Pero también es importante conocer otras teorías, como las esotéricas, aquellas donde nuestra razón y el conocimiento formal no logra dar con explicación racional, pero que están presentes, ocurren en la realidad y están documentadas.
Los espejos han sido utilizados (y siguen utilizándose) como formas de adivinación, método que ha sido practicado por los antiguos egipcios, los árabes, los magos de Persia, griegos y romanos. Son portales: autopistas para alcanzar otras dimensiones y reinos espirituales, permitiendo poder deslizarse desde el plano físico hasta los planos más sutiles. El arte de usar estos elementos para la adivinación lleva el nombre de catoptromancia.
En la Antigua Grecia, las brujas de Tesalia del siglo III a. C usaban los "espejos mágicos" para después escribir sus oráculos. Los “specularii” eran los sacerdotes de la Antigua Roma, quienes los utilizaban para ver el pasado, el presente y el futuro.
Los aztecas usaban obsidiana muy pulida, un vidrio volcánico de color negro, para hacer sus espejos. Este elemento estaba vinculado con el dios Tezcatlipoca, señor de la noche, el tiempo y la memoria ancestral, quien lo usaba para cruzar entre el reino terrenal y el inframundo.
En China, los espejos se usaban para canalizar y capturar energía, principalmente la de la Luna. Qin Shi Huang, el primer emperador de la dinastía Qin en el año 25 d. C, afirmó que su “espejo mágico” le permitía ver las cualidades internas de quien miraba en él.
Las historias antiguas y los cuentos más famosos tienen involucrado al espejo en sus relatos. Sin ir más lejos, el título de este escrito remite a la clásica historia de la madrastra de Blancanieves, quien consulta a su espejo por el paradero de la persona más bella de todo el reino. Amaterasu, la diosa solar de la mitología japonesa, descubre su propia luz a través de la reflexión generada por el espejo colocado en la entrada de la cueva donde estaba recluida. Ni hablar de Drácula y otros demonios, quienes no tienen un reflejo porque no tienen un alma que reflejar.
Finalmente, me quedo con las palabras de mi admirado Camille Flammarion, quien en el capítulo “Los estragos y fechorías del rayo” de su libro “La Atmósfera” detalla la multiplicidad de eventos extraños asociados a este fotometeoro. Concluye diciendo que: “Nada, absolutamente nada de cuanto puede inventar el ingenio del hombre es capaz de rivalizar con los inconcebibles contrastes y combinaciones mágicas del rayo. No parece sino que éste sea un ente sutil que participe a la vez de la fuerza inconsciente que vive en las plantas, y de la consciente que vive en los animales; es una especie de espíritu elemental, diestro, extravagante, maligno o estúpido, perspicaz o ciego, voluntarioso o indiferente, que pasa de un extremo a otro, y que se distingue por un carácter único y aterrador, insondable y mudo. Con el no cabe explicación alguna. Es un ser misterioso que jamás se da a partido: obra, y nada más. No hay duda de que sus acciones, por más que parezcan personales y caprichosas, están sometidas, como las nuestras, a leyes superiores invisibles; pero hasta ahora no ha sido posible adivinar la causa que las dirige. […] ¡Cuántos misterios por explicar aún!”
Gracias @frau_dobler por colaborar con el contenido de este espacio.
Y gracias a todos aquellos que con sus preguntas, fotos y comentarios me muestran que el interés por detenerse, observar, escuchar y sentir a la atmósfera está latente; que desde este espacio, esa semilla que estoy plantando está despertando en cada uno de los lectores que pasan por aquí.
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