El hombre que con el tiempo hablaba.
- Disculpe – interrumpí al hombre apurado en acomodar el mantel y los platos para los nuevos comensales- ¿sabe usted dónde puedo conseguir información sobre Bernardo Razquin?
- ¿Don Bernardo? – me responde con cara de sorpresa y emoción- un tipazo. Conocía todo sobre el tiempo. Tomaba los datos de arriba, del Cristo Redentor, ya que había una estación meteorológica allí. Y luego la comparaba con la que estaba en Puente del Inca – seguía contándome con pasión- . Con la diferencia de presión ya sabíamos si venia mal tiempo o no. Se fijaba en todo. Un grande. ¿Sos familiar de él?
- No, soy meteoróloga.
- Ahhh- me responde afectuosamente- noble tarea la tuya.
Esta es parte de la charla que tuve con un mozo del restaurante en Las Cuevas, Mendoza, en uno de mis últimos viajes camino a la base del Cristo Redentor.
Si bien mi idea era despejarme y disfrutar de esa conexión especial que me generan las montañas, no quería dejar pasar la oportunidad de averiguar un poco más sobre la vida y el legado de Bernardo Razquin.
Don Bernardo era un “meteorólogo autodidacta, arqueólogo por afición, andinista, observador y metódico de las cosas sencillas y naturales”, como se lo describe en este excelente homenaje y biografía de la revista “Noticias de Montaña”, la cual invito a visitarla.
De la misma destaco que “amó y observó en cada momento a la naturaleza; al principio se lo consideró un loco, cuando por ejemplo observaba la conducta de las hormigas y de los gallos y la asociaba a los cambios climáticos. Mucha gente descreyó de sus afirmaciones y pasado el tiempo en la actualidad, en Japón se analiza el actuar de las cucarachas para predecir los movimientos sísmicos. La crítica es natural e inevitable, en todo verdadero creador y pionero, con el tiempo llegó su reconocimiento no solo en la provincia de Mendoza, sino a nivel nacional e internacional.”
En el resto de mi viaje, solo dos o tres personas habían escuchado su nombre. Una de ellas era la guía de turismo que nos acompañaba. - Los que hacen alta montaña lo han conocido en persona o han escuchado hablar de él. Quizás en la ciudad no encuentres mucha información-, me comentó. Y tenía razón.
En el camino de regreso a la ciudad, no me permitieron parar en el Cementerio del Andinista, donde sus restos descansan junto a sus queridas montañas.
Por las librerías, los jóvenes empleados no conocían su nombre ni sabían indicarme dónde podía seguir con mi búsqueda.
Incluso me acerqué hasta un importante diario local, para poder conseguir notas o material periodístico relacionado; nuevamente el personal de entrada desconocía de su existencia y los intentos de hablar con alguien de la redacción fueron en vano.
Ni siquiera sabían que el personaje de Bernardo en la película “Granizo” fue inspirado en su persona.
Volví a Buenos Aires con muy poca información y cierta melancolía.
Le comenté a un colega académico sobre mis vacaciones y averiguaciones respecto a la vida de Razquin:
- ¿De Razquin?- me pregunta con cierto desagrado y sorpresa- . ¡Ese era un brujo!
- ¿Un brujo? – ahora la sorprendida era yo - ¿Cómo que un brujo?
- Si, ¡un brujo! Se fijaba en las hormigas, en las plantas, todo eso para pronosticar y hablar del tiempo.
- Pero… - mi cara se transformaba paulatinamente de sorpresa a confusión - ¿vos me estás diciendo que apreciar la naturaleza e interpretar lo que nos rodea para poder realizar un pronóstico meteorológico, es hacer brujería?
- Y si, es cosa medio rara.
- Pues llamame bruja entonces. Ojalá, algún día, pueda adquirir todo ese conocimiento natural que él tenía.
“Al mal tiempo mírelo
siempre con la mejor cara
nos decía Don Bernardo
bien temprano en la mañana
más que ciencia con amor
porque con el tiempo hablaba”
(“A Bernardo Razquin”- Julio Azzaroni)
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