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Con la cabeza en las nubes.

Paula

Actualizado: 6 dic 2024


Hace unos días, husmeando por Instagram me encuentro con una animación de imágenes satelitales del Laboratorio de Visualización Ambiental de la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de E.E.U.U., en sus siglas en inglés). En su descripción, se puede leer que “el satélite GOES-Oeste capturó un grupo de Nubes Actinoformes avanzando hacia las islas Hawaianas…”.


Grupo de Nubes Actinoformes avanzando hacia las islas Hawaianas. Fuente: https://www.instagram.com/p/CCJhbSYB0RQ/?utm_source=ig_web_copy_link

“Nubes Actinoformes”. En un principio pensé que se trataba de un nuevo tipo de nubosidad, al ser una palabra desconocida de mi vocabulario meteorológico. Es así que guiada por el interés y la curiosidad, comienzo a investigar sobre las mismas.


Antes que nada, cabe aclarar que las nubes tienen nombres: hace aproximadamente 200 años un meteorólogo amateur llamado Luke Howard creó una clasificación de nubes, la cual sirvió como base para que en 1896 la Conferencia Meteorológica Internacional editara el Atlas Internacional de Nubes. Es en base a éste atlas que las nubes son bautizadas con nombres en latin como “cirros, cúmulos y estratos”, describiendo las formas de como lucen para un observador ubicado en el suelo planetario. Por ejemplo, las nubes del tipo cirrus se parecen a mechones de cabello, las nubes cúmulos se ven como pelotas unidas y las nubes estratos se extienden como sábanas.


Esta clasificación de nubes sigue en vigencia, con cambios y adaptaciones realizadas a lo largo de la historia gracias al incremento de las observaciones meteorológicas desde ese entonces hasta la fecha. Con la llegada de los satélites meteorológicos, la mirada sobre las nubes cambió. A las observaciones que se siguen realizando desde tierra se le sumó la información vista desde un observador ubicado en el espacio. No sólo cambia el punto de vista del observador, sino también cambia la escala de visualización: una persona que mira hacia el cielo puede describir lo que ve en el entorno de unos pocos de kilómetros a la redonda, mientras que con las imágenes satelitales uno puede variar de apreciar un sector de unos cientos de kilómetros a otro sector de miles de kilómetros desde el espacio.


Respecto a las nubes actinoformes, las mismas no pueden ser observadas desde tierra ya que corresponden a un grupo de nubes organizadas y no a una nube individual, ocupando unos cientos de kilómetros. Siguiendo con mi búsqueda, me encuentro con lo que serían las primeras imágenes obtenidas con el Satélite TIROS I (Television Infrared Observation Satellite), lanzado al espacio en 1960. A pesar de la baja calidad y la poca frecuencia de éstas imágenes, encuentro algunas investigaciones describiendo los patrones de varios tipos de nubosidad desde ese nuevo punto de vista.


Primera Imagen de Nubes Actinoformes captada por el satélite Tiros V. Fuente: https://www.photolib.noaa.gov/

Continuando con mis lecturas, descubro que recién en 1963, con imágenes del satélite TIROS V, se encuentra por primera vez la palabra “actinoforme” como epígrafe en una imagen de “la nubes del mes” en la revista “Montly weather review”.


Imagen tomada con el Satélite Terra en Junio de 2002 y Agosto de 2001 respectivamente.

Al parecer, siguiendo con la idea de Howard de nombrar a la nubosidad por su apariencia, la han llamado con el prefijo “actino”, que significa "rayo" en griego . Quien haya bautizado a esta nubosidad, quizás le ha llamado la atención la particular forma radial para dispersarse entre medio de un mar de nubes formadas a 2000mts de altura, en la parte baja de la atmósfera. Por lo menos a mí me recuerdan a patrones vistos en otras partes de la naturaleza, como ser en algunas hojas de ciertas plantas o en algunos restos petrificados.


Imagen tomada con el Satélite Terra en Noviembre de 2001.

A medida que iba avanzando en mis lecturas y buceando en los rincones científicos de internet, llego a los dos últimos documentos donde se habla de este tipo de nubosidad, del año 2004 y 2006 respectivamente.


A pesar de los avances tecnológicos y del incremento de satélites, mejora en calidad de imagen e incremento en la frecuencia de obtención de imágenes, no he encontrado escritos nuevos al respecto. Este detalle llamó mucho mi atención, y me pregunté porqué no se ha seguido observando y analizando este tipo de nubosidad. Porqué teniendo nuevas y mejores tecnologías para resolver antiguas y nuevas preguntas, no las estaban utilizando para observar con más precisión.


Con esta nueva curiosidad en mi mente, comienzo a ver el hilo de investigaciones en los diferentes autores que venían realizando este tipo de análisis. Sin generalizar, avocándome a esta pequeña exploración personal, me he encontrado que muchos de de los mismos han seguido sus investigaciones refiriendo en sus títulos al “modelado climático global”, “modelo conceptual”, “extremos climático”, “modelado de…” repitiéndose este tipo de designaciones frecuentemente. Al parecer, y esto es sólo una apreciación personal, se dejó de analizar la observación para pasar a buscar las respuestas de la atmósfera (y de otros aspectos también…) a través de un modelo numérico computacional.


Entiendo la importancia de recrear virtualmente ciertos escenarios y aspectos de la vida humana y natural en busca de posibles soluciones y planificaciones a futuro; soy usuaria de modelos computacionales y me parecen una herramienta excelente dentro de la cantidad de herramientas disponibles en nuestra época actual. Pero son eso: una herramienta más y no una totalidad de la respuesta.


Haciendo un paralelismo entre este encuentro y lo que sucede en mi entorno, veo que muchos contemporáneos y las nuevas generaciones vuelcan su confianza casi totalmente en este tipo de representaciones, dejando de lado las observaciones y demostraciones que nos proporciona la realidad. Se deja de observar nuestro entorno real para aceptar la virtualidad como una verdad en sí misma. Y me pregunto en qué momento el mundo virtual se posicionó por sobre el mundo real.


Este final abrupto en mi investigación sobre las nubes actinoformes me dejó estos nuevos interrogantes, quizás para abordarlos desde un aspecto más filosófico.

Pero eso será, quizás, en otro encuentro...


 

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